martes, 4 de agosto de 2009

La mano sobre la piedra. Sólo vemos lo que conocemos. Edipo no era el único ciego. La ceguera es otro espejo del mundo. Mirar desde la sombra de la oscuridad. La mirada del agua y la imagen que se desvanece en la profundidad. La exterminación de todo lo real por su doble. Y que una imagen deje de serlo por haberle robado mismidad. Misterio simbólico de la ausencia de imágenes. ¿Para quién es secreto un secreto de un solo lado? La imagen siempre es una reflexión, y un punto de vista. ¿Otra versión? La del ciego que sin mirar propone otra mirada, lo que se ve desde dentro y se difracta, con merma, al espacio deshabitado de la experiencia ajena. La mujer de tu prójimo no era esa. No pudo ser esa que te estrechó con ternura como a un cuerpo hueco que se fue llenando con el vacío de otra vida hasta desbordarse en el acto mismo del intercambio, la realización que es también la consumación. Al cruzar las vías fueron quedando rastros de pan, y el ogro regresó al aire, fue diluyéndose en el paso premonitorio de las aves rumbo al tronco muerto que decora ese paisaje, el estuario, donde se unen las aguas corrientes del río y la verdadera inmensidad del mar, esa inmensidad verdadera que aparece frente a los ojos como juez iracundo.

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