sábado, 26 de junio de 2010

Me asomo en el silencio por el hueco de unos días que pasan junto a otros
Vuelvo a guardar las envolturas en lo más alto del ropero
Un paraguas. Un sombrero. Valijas. Flores de papel.
Una lista de invitados y una lista de no invitados. —No me trates bien.
Asomémonos por la ranura. Los amigos siempre fueron enemigos. Ya se van
Alguien se va y se detiene con la mano oculta, con la mano avergonzada,
con la mano que mece lo desconocido como si fuera algo fijo, algo que se guarda en lo más alto del ropero donde se cierra el paraguas y lo desconocido se aprieta como algodón de azúcar. Imagina un río. Imagina el paisaje de un hombre que es un río que se va y en un recodo te baña con los ojos que te miraban en tu lejana voluntad de abrir y cerrar a oscuras, a ciegas
—No quiero que me trates bien. Cierra la puerta, espejo de la intimidad
—No quiero ser lo que alguien quiera ser. La puerta se apaga por dentro.
La luz llega puntual. Los ojos descorren la cortina. El apremio engañado
tiene plazo. La verdad tiene plazo.

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